domingo, 18 de septiembre de 2011

Cabo IV

El Cabo de Cuarto estaba haciendo su recorrida por los puestos de guardia como cada hora. Eran casi las dos de la mañana, faltaba un rato para que lo relevara el Sargento de Cuarto y él se pudiera ir a dormir. Después, dos horitas más entre las seis y las ocho, el relevo y la licencia de verano, un mes entero sin uniformes, sin armas, sin sargentos, tenientes ni capitanes, sin guardias, sin ordene mi, sin carrera mar, y por sobre todo sin nada que le recordara su puta decisión de hacerse voluntario del Ejército Argentino. OK, a fuerza de aguante, subordinación y valor, se había hecho un lugar bastante cómodo en la Compañía. Era el hombre de confianza del encargado, el capitán lo tenía en un concepto bastante alto, pasaba la mayor parte del día metido adentro del detall manejando listados de personal, órdenes del día del Regimiento, partes diarios de la Compañía, y así lograba evitar la parte más jodida de la vida de un soldado de Infantería, que eran el entrenamiento y el orden cerrado. Por supuesto que de lo peor no zafaba, había comido cardos en Campo de Mayo como el mejor, en Arana se había metido hasta el cuello en agua podrida una noche de dos grados centígrados y después se había bancado el uniforme mojado y mugriento hasta el día siguiente. También estaba el otro extremo. Al ser Patricios un regimiento histórico, más de Una vez se tenía que calzar el uniforme de Paquito y salir a desfilar así, con botas y galera en días de calor insoportable, con el sudor inundándole el cuerpo y la cabeza estallándole dentro de ese pequeño horno que era la bendita galera. Y gracias que los cuadros no les pegaban esos bailes que habían hecho famosos a los Oficiales y Suboficiales de la fuerza, lo de Carrasco estaba fresco aún y ninguno quería arriesgarse a hacer algo que le jodiera la carrera. Carrasco. Pensar que era por él que el Cabo de Cuarto estaba ahí esa noche. Carrasco y él eran de la misma clase, la ’75, y fue porque Carrasco apareció muerto en un regimiento de Zapala que la ’75 fue la última clase que se bancó el Servicio Militar Obligatorio, legado mayor de Don Pablo Ricchieri. Y después, cuando se creó el Servicio Militar Voluntario y el laburo empezaba a escasear en la calle, quedarse pareció una buena opción. Tenía un sueldo, los cuadros no lo jodían demasiado porque ya lo conocían, tenía un lugar en el detall. Sin embargo, las cosas estaban empezando a cambiar. Por un lado, los voluntarios que él había recibido ya tenían casi un año de instrucción y ya no eran tan nuevos, lo que le hacía perder cierta ventaja estratégica. Por otro, los cuadros iban cambiando, y aunque él mantenía su lugar de privilegio, los nuevos oficiales y suboficiales lo trataban como a uno más del montón. Por último, pero en primer lugar, ya tenía las bolas llenas de jugar a los soldaditos. Dos de la mañana. Hora del relevo de la guardia. Despertar a todos los que están durmiendo, mate cocido y afuera. Fusil en alto, corredera hacia atrás, comprobar que no haya munición en la recámara, quitar seguro, soltar corredera, colocar seguro, colocar cargador, abajo fusil. Uno por uno fue llevando a los cuatro soldados por los distintos puestos de guardia y relevando a los que estaban apostados por los recién levantados. Yendo del Puesto Flores al Puesto Rondín se miró la ropa. Llevaba un uniforme verde oliva, borceguíes, un correaje para sostener dos portacargadores con dos cargadores de veinte proyectiles cada uno y boina. Se preguntó qué carajos tenía que ver esa ropa con él. Qué mierda hacía así vestido. Menos mal que a la mañana empezaba su licencia. Cuándo levantó al último soldado del Puesto Santa Fe volvió a la Guardia Central y se dispuso a hacer nuevamente la comprobación de armamento. Era algo que ya hacía de memoria, pura rutina. Fusil arriba, quitar cargador, tirar la corredera hacia atrás, comprobar que no haya munición en la recámara, quitar seguro, soltar corredera... Sonó un disparo. Se había olvidado de sacar el cargador. El disparo pegó contra la cornisa del primer piso y milagrosamente no rebotó ni lastimó a nadie. El por supuesto debió comerse unos cuantos cagues a pedos (del Jefe de Guardia, del Oficial de Servicio, de su Capitán y hasta del Jefe de Regimiento) y dos semanas de arresto que fueron por supuesto dos semanas menos de vacaciones. Sin embargo, y a pesar de todo esto, él se sentía bien. Si de algo había servido su imperdonable error era que le había mostrado cuál era el camino a tomar. Al volver de la licencia el Cabo de Cuarto pidió la baja de las filas del Ejército. En dos semanas volvía a ser civil.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Hora Oficial


Me caga. Yo sé que me caga. Lo veo en sus ojos. La muy hija de puta me besa, me sonríe, me dice que me ama. Pero por detrás veo esa sombra que se burla de mí. Que siente que no sirvo para nada, que busca con quién reemplazarme. Y yo no se lo voy a permitir. Ella es mía.
Atiendo la puerta. Ella se me tira al cuello, me besa y se ríe. Sé que se burla de mí. Se pone a hablarme de cosas de la escuela, sus compañeras, sus profesores… boludeces. Vamos a la cocina, voy a preparar unos mates. Mentira. No soporto más su hipocresía.
Ella se sorprende, se asusta. Ríe nerviosa y me pregunta que qué hago con la cuchilla en la mano, que no es gracioso. No, no es gracioso hija de puta. Como no es gracioso la manera en que me estás corneando. No es graciosa la forma en que me miran tus amigos cuando me ven con vos. No es gracioso que me mientas todo el tiempo. No es gracioso, no. Y esto tampoco te va a parecer gracioso.
Ella se cubre con las manos a la primera cuchillada y le abro un tajo en el brazo. Mierda, ¿no podía simplemente dejarse matar? Tiro otra puñalada y otra más. Le abro heridas en la cara, la nariz, la cabeza, pero ella mete las manos y no me deja darle una que la lastime en serio. ¿Por qué no me la hacés fácil, Caro? Si de todos modos te vas a morir.
Ella me hace tirar la cuchilla. Se quiere escapar. ¡La muy conchuda se quiere escapar! Le tiro una trompada y se va contra la mesada. Alcanzo a agarrar el palo de amasar. Le quiero dar en la cabeza pero otra vez pone la mano. Le tengo que pegar de vuelta en los brazos, en la cintura, ella se sigue atajando. ¿Piensa resistirse mucho tiempo más?
Gráfico1Agarro otro cuchillo. Esta vez está aturdida y la sorprendo. Se lo puedo clavar en el costado. ¿Qué hay ahí? ¿El hígado? Entra y sala tan facil… Realmente disfruto penetrándola con la hoja. Ella aprovecha mi fascinación y rengueando se va para el lado del living.
La persigo. No me cuesta alcanzarla. ¿Cómo hace para resistirse tanto? Está chorreando sangre. Mucha. Pero todavia se ataja con las manos. Puedo clavarle otra puñalada más arriba. Esta vez no se la meto tan adentro. Ella sigue huyendo. No sé como hace pero se va para el garaje. Ahora sí. El garage no tiene salida.
¡La hija de puta me ataca! ¡Después de todo lo que me hizo encima me ataca! Me revolea un martillo y de pedo lo esquivo. Podría haberme lastimado. Esta vez se fue al carajo. La alcanzo y le pego otro cuchillazo. Esta vez más fuerte y con más ganas. En el cuello. Empieza a salir sangre para todos lados. Ella se pone blanca. Los ojos se le van para atrás. Cae al piso.
Miro su cuerpo en el piso. Me parece que ya no respira. Por las dudas, me aseguro. Le clavo la cuchilla en la panza. Siento la hoja que se mete en la carne. Me encanta. La hundo una vez más, otra, otra y otra vez. Miro al costado y veo la caja de herramientas de mi viejo. Agarro su viejo formón de carpintero. Está bien afilado. ¿Servirá? Se lo clavo. Se lo vuelvo a clavar. Sirve, mirá vos. Busco algo más pero no encuentro qué. Me doy cuenta de que me duelen las muñecas. Ya fue. Agarro de vuelta la cuchilla y se la hundo más o menos por donde está el corazón. Ahora sí. Ya está.
Mirá el quilombo que me hizo hacer esta hija de puta. La idea era pegarle un par de cuchilladas en la cocina, no este desastre. ¿Y ahora cómo limpio antes de que lleguen mis viejos? Esta conchuda me quiere cagar la vida. No sé que voy a hacer ahora.
La puta que la parió. Voy a tener que rajarme. Mejor me voy a la casa de Lucho. Él va a poder ayudarme. Sí, Lucho es un amigo y me va a ayudar.



El el 27 de mayo de 1996 Fabián Tablado, de 21 años, asesinó a su novia Carolina Aló a cuchillazos en su casa. Los peritos contabilizaron un total de 113 puñaladas.

 Aquí la Crónica del Caso Fabián Tablado-Carolina Aló

jueves, 1 de septiembre de 2011

Tatoo

El amor inundaba su corazón y él sabía que era para siempre. En un rapto de pasión y para terminar de conquistar el corazón de su amada se metió en la Bond Street y en letras góticas eternizó el nombre de Mariana en su omóplato derecho. Mariana quedó encantada, y durante los tres meses que perduró la relación nunca dejó de valorar el gesto. Martín tenía 18 años y ese era su primer amor.

Borrar un tatuaje no es nada fácil. Más aún si se encuentra en el omóplato. Entre una cruel cicatriz producto de una dolorosa intervención y andar por la vida con el nombre de su primera novia a sus espaldas, Martín eligió esto último. Pero como el tatuaje era imposible de ocultar, y a él no se le ocurría ninguna justificación más allá de la obvia, decidió que a partir de ese momento cada mujer de su vida debería llamarse Mariana.

Hay que reconocer que fue una suerte que la niña en cuestión se llamara Mariana, lo que permitió a Martín tener una vida sentimental medianamente activa. Otra hubiera sido la historia si la muchacha se hubiera llamado Ernestina, Juliana o Maricel. Pero lo cierto es que por un hecho de moda generacional en cada grupo que de una manera u otra pudiese contener a mujeres que potencialmente estuvieran dentro del target de Martín, casi en todas las ocasiones alguna de sus integrantes se llamaba Mariana.

Fue así que Martín salió con Mariana Carballo, compañera de tres materias de la facultad. Duró bastante, un año y medio, pero avanzada la carrera dejaron de compartir cátedras y ella empezó a verse atraída por un compañero de Semántica I. Luego de eso Martín estuvo sin pareja por dos años hasta que conoció a Mariana Hügh, compañera de trabajo en la casa de indumentaria deportiva donde Martín trabajaba para bancarse la carrera. Martín y Mariana llegaron a convivir y estuvieron juntos un total de tres años, hasta que el desgaste propio de estar con una persona veinticuatro horas por día hizo que la relación llegara a su fin.

Esto sucedió al mismo tiempo que terminaba por fin su carrera, y así Martín se convirtió en el Ingeniero Martín Lorenzo. Los primeros tiempos el flamante ingeniero se dedicó a estabilizar su vida en soledad, no tanto por una decisión personal como por falta de mujeres de nombre Mariana que reuniesen las condiciones mínimas aceptables. Fue así que conoció Rominas hermosas, Carlas dulces y cariñosas, Marcelas seductoras y fatales, Danielas románticas y enamoradizas, y a todas tuvo que negarse hasta que finalmente conoció a Mariana Fernández, encantadora criatura con quien compartió tres años de su vida hasta que al cabo de ellos se enteró que la había estado compartiendo durante los últimos doce meses.

Martín celebró sus 30 años deprimido y creyendo que jamás iba a encontrar una mujer que pudiese ser su compañera en la vida. Pasado de fernet subió a su auto y se largó a la ruta. No había hecho veinte kilómetros cuando su Corsa chocó contra una señal de velocidad máxima que lo dejó fuera de juego.

Martín la sacó barata. Lesiones importantes pero no críticas y unos cuantos días de internación le sirvieron para entender que alcohol y nafta no son buenos compañeros. En su cama de la clínica era asistido frecuentemente por Andrea, una de las enfermeras, quien entabló una cálida relación con él. Cuando finalmente Martín recibió el alta, antes de despedirse ella le dijo:

-No pude evitar ver tu tatuaje. Debe ser difícil que una chica acepte ver en la espalda de su hombre un nombre que no sea el de ella. Por suerte yo nunca me haría problema por algo así.

La puerta había quedado abierta, y Martín y Andrea se siguieron viendo luego de ese  día. De a poco se hicieron amigos, y empezaron a coquetear y seducirse. Finalmente una noche de abril concretaron su amor en un hotel de San Cristóbal.

Fue entonces cuando Martín vio en el coxis de Andrea el tatuaje que decía Jorge.

Life is a Piece Of Sheet's Fan Box