sábado, 18 de junio de 2011

Una Excusa

Había tenido una semana difícil, lo sé. En el trabajo la cosa está muy complicada. Están echando mucha gente, ¿Sabe? Uno va a trabajar sin saber si ese mismo día le van a dar las gracias y una copia del telegrama de despido. No es sano trabajar así. El trabajo que hago no es sano. Usted no sabe lo que es tener que estar seis horas por día todos los días hablando con gallegos que están del otro lado del Atlántico desesperados por boludeces. Y gritan, y piensan que gritando van a tener la razón y no se dan cuenta de que son unos pelotudos. El otro día me llamó una y se me puso a llorar desconsolada. ¿Y sabe por qué? Porque el celular que le había llegado no era del color que a ella le gustaba. ¿Usted se da cuenta? ¿Es que no tiene vida esta gente? Y otra, cuarenta minutos me tuvo a los gritos. A los gritos. Cuarenta minutos. Ya ni recuerdo qué mierda quería. No me dejaba meter bocado. Llega un momento en el que uno simplemente pone el piloto automático y deja que se descarguen, a ver si al final se calman y dejan que uno les hable. Pero con ésta no había caso. Era dura, gallega típica. Al final la tuve que pinchar un poquito para que me putee. Y ahí sí, una vez que me puteó ya le puedo cortar sin culpas. Pero hay que tener cuidado con eso, porque están echando gente. Y uno no sabe si es el próximo al que le toca.
Pero bueno, está bien que son seis horas nada más. Pero es muy tarde, o muy temprano, ya no sé. Me levanto de la cama a las dos de la mañana. A veces ni siquiera duermo. A las tres ya me meto en el box y no salgo de ahí hasta las nueve. Apenas dos breaks de quince minutos como para que no se note tanto. Ya no se lo que es el día ni la noche. Y cuando llego a casa no puedo dormir, se imaginará. Porque claro, la señora labura en un horario “normal”. Y cuando llego ella está que se prepara para irse. Entra a las once, así que me deja una lista así de cosas que tengo que hacer antes de que vuelva. Y la gallega que me tuvo cuarenta minutos a los gritos. Pero yo hago lo que tengo que hacer, sí señor. Le preparo al comida al nene, lo visto y lo llevo a la escuela. Y de ahí corriendo al banco. Una hora de cola, ¿puede creer usted? Una hora. Y todo para que me digan que van a ejecutar la hipoteca si no le doy cinco mil pesos en una semana. ¿Me quiere decir de dónde voy a sacar cinco mil pesos en una semana? Yo soy un hombre honesto, honrado, un laburante. No cago guita, ni cago a la gente como hacen esos usureros de mierda. Yo tuve una mala temporada, qué le voy a hacer. A la gente de trabajo no nos fue tan bien como a los delincuentes esos de guante blanco. Pero a ellos no les importa, no. A ellos lo único que les importa es la plata. Son sacerdotes del Dios Billete. Y yo me vuelvo a casa desesperado, qué quiere que le diga. Entre los cuarenta minutos de la gallega y los veinte del banquero tenía así la cabeza. Así. Entonces vuelvo a mi casa y pretendo hacerme unos mates. ¿Es mucho pedir unos mates, digo yo? ¿Y sabe qué pasa? Pasa que se me rompe la cañería. Y entra a salir agua de la canilla para todos lados y yo no sé cómo pararla. Y al final termino cerrando la llave de paso y agarrándome la cabeza. La gallega, el banquero, la cañería, es mucho. La verdad es mucho para un solo día. Así que traté de calmarme un poco y me tiré un minuto en la cama para relajarme. ¿No tengo derecho, acaso? Y me quedé dormido, qué le voy a decir. Me quedé dormido. Y la hija de puta me despierta a los gritos. Ya sé que eran las ocho de la noche y no había ido a buscar al nene. No sé qué tanto escándalo me hace si la hermana igual lo fue a buscar y él está lo más bien jugando con los primos. Pero ésta no, a los gritos me despierta. Desde las dos de la mañana que estoy levantado y haciendo cosas. Cuarenta minutos me tuvo la gallega hija de puta y veinte más el banquero. Y la canilla de mierda que no dejaba de perder agua. Me quedé dormido, sí. ¿Era para tanto? La hija de puta me gritaba peor que la gallega. Me taladraba el cerebro más de lo que ya lo tenía. Y mire que yo quise razonar con ella, eh. Hasta la llevé a la cocina para mostrarle la canilla. Pero ella seguía gritando y gritando. Y me cansé. Abrí el primer cajón y agarré el hacha chiquita que tenemos para la carne. Y se la puse en la cara. Y empezó a salir sangre para todos lados y ella se puso a gritar pero de dolor, y entonces se dio vuelta. Y se la puse en la nuca. Y ella se fue al suelo, y yo me le fui encima. Y se la volví a dar en la cara una vez y otra y otra y no sé cuántas veces más. Y ella ya no gritaba y yo le empecé a patear y pisar lo que le quedaba de la cara, y ya no era una cara sino una cosa roja toda asquerosa, y yo también estaba rojo y asqueroso. Y la miré y no sentí nada, solamente alivio. Y me tiré en la cama, y dormí, y dormí mucho y esa noche no fui a laburar ni a buscar al nene. Y cuando me desperté me vine para acá, oficial. Soy humano, qué le voy a decir. No me puede culpar. No me puede culpar.

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