El teléfono sonó a las diez de la mañana del domingo. Era Cristian.
-¿Qué pasa Caco?
- Es Aldo. ¿Te acordás de que se fue a vivir a Rauch?
-Sí, algo me había enterado.
-Bueno, me llamó Pato, la hermana. Me dijo que en los últimos meses andaba bastante deprimido. Parece que anoche se bajó un blister de Rivotril. Lo encontraron muerto hace un par de horas en su pieza.
Me quedé mudo. No esperaba esa noticia.
-Mirá –continuó Cristian. Yo sé que vos y él tuvieron sus problemas, pero me pareció que considerando lo vivido juntos, y ya que tenés auto, se merece que vayamos a despedirlo. Era nuestro amigo, che.
Estaba por decirle algo, pero me dí cuenta de que tenía razón. Aldo se lo merecía.
-¿Lo velan a cajón abierto? –pregunté.
-Supongo que sí…
-No voy a salir a la ruta con la panza vacía. Venite que almorzamos algo y salimos para Rauch.
Después de cortar con él me fui al chino de la otra cuadra. Compré una lata de lentejas y otra de salsa portuguesa. Sé que no es lo ideal, pero no quería perder tiempo cocinando. También llevé chorizo colorado, panceta y una papa. Preparé un buen guiso y cuando Cristian llegó a casa ya estaba listo para comer. Cuando terminamos agarré la llave del auto y me preparé para salir.
-¿Ya? –preguntó Caco- Todavía ni bajamos la comida.
-La bajás en el viaje –le dije-. No quiero perder tiempo para eso.
Salimos por la Richieri y de ahí por Cañuelas a la Ruta 3 y después la 30. Llevé el milqui a 120, lo máximo que da con gas. Viajamos en silencio. Para la tarde estábamos en Rauch. Caco buscó la dirección del velatorio y ahí fuimos. Al entrar vimos a Pato. Caco fue directo a saludarla. Yo, al cajón. Allí estaba Aldo, maquillado, inmaculado, parecía haber encontrado la paz que en vida no tuvo. No lo pensé demasiado y me metí los dedos en la garganta hasta tocar la campanilla. Vomité sobre su cuerpo el guiso que con tanto ahínco había preparado.
-Al fin hiciste algo bueno en tu vida, hijo de puta –le dije al cuerpo inerte del garca-. Tomá, llevate mis lentejas de recuerdo.
Después me dí vuelta ante la mirada atónita de todos los presentes. Entonces me dirigí a Pato.
-¿Qué hacés Pato, todo bien? Disculpá que no pueda quedarme a charlar pero hoy juega Huracán y no me quiero perder Fútbol de Primera. –Y luego a Caco:-¿Vamos, Cristian? Voy poniendo en marcha el auto.
Ahora sí, me sentía mucho más liviano.

(Con cariño para Antes que Caín, Antes que Abel )