viernes, 20 de agosto de 2010

Espejos

El 29 venía por Defensa y él corrió para alcanzarlo. A esa hora de la madrugada no viajaba nadie y podía elegir con tranquilidad. Se sentó en el primer asiento doble luego del espacio para discapacitados, del lado de la ventanilla. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la ventanilla. Dormitó unos minutos y abrió los ojos. Ya era momento de bajar. Se paró, caminó hasta la puerta y tocó el timbre.
-Eh, ¿Qué hacés? –le preguntó el chofer.
-Me bajo acá, flaco.
-¿Y me pensás dejar el cochecito de regalo?
Atado con los amarres de seguridad justo delante de donde él había estado sentado había un cochecito de bebé. Y en su interior un bebé durmiendo.
-Ese bebé no es mío –se apuró a negar.
-¿Me estás cargando, flaco? Subiste con el pibe en San Telmo. ¿Te pensabas que no me iba a dar cuenta?
-Flaco, en serio, ese nene no es mío, yo subí solo.
-Vamos a arreglar esto –dijo el chofer y paró el colectivo. Abrió la puerta delantera y se asomó.
-¡Oficial! –escuchó él que gritaba desde el interior. Un policía se acercó hasta donde estaban ellos.
-Buenas noches. ¿Qué pasa acá?
-El señor subió con un bebé y ahora lo quiere dejar arriba de la unidad.
-¿Eso es cierto?
-Mire, oficial, ese bebé no es mío. No tengo idea de donde pudo haber salido.
La siguiente escena lo encontró sentado en el interior de la comisaría, demorado junto al chofer y al bebé hasta que se esclareciera lo que realmente había pasado. Entonces llegó ella. Estaba en jogging y a cara lavada. Daba toda la impresión de que la habían arrebatado desde entre las sábanas. Apenas entró divisó el cochecito y fue corriendo hacia él.
-¡Mi bebé! –dijo, y levantó el nene a upa. Recién entonces el angelito se despertó y le sonrió a la madre. Luego ella se volvió hacia donde estaba él.
-¿Qué hacés, Walter? ¿Estás loco?
Walter no entendía nada. Jamás había visto a esa mujer. Aunque si lo pensaba un poco…
-¿Mariela? ¿Mariela Carbonell?
Claro, para que fuese Mariela Carbonell tendría que haberse cambiado el color de pelo, se lo tendría que haber cortado bastante, subido unos cuantos kilos y envejecido un poco más de lo que se hubiera esperado en este tiempo. Pero sí, era Mariela Carbonell. Su primera novia, de la secundaria. ¿Qué habría sido de ella en todo este tiempo? ¿Y qué carajo hacía ahí?
-Contestame, Walter. ¿Pensabas abandonar a nuestro bebé en el bondi?
Walter se quedó mirándola con la boca abierta, incapacitado de decir palabra. Era todo como un mal sueño, eso no podía estar pasando. Hacía más de quince años que no sabía nada de Mariela, y durante todo ese tiempo él había llevado una tranquila y disipada vida de soltero.
Por supuesto que una vez recompuesto intentó negar todo, pero resultó que Mariela había venido provista de un acta de matrimonio que declaraba que ellos dos eran marido y mujer desde hacía tres años, y una partida de nacimiento que decía que eran padres de la criatura, cuyo DNI Mariela tampoco se había olvidado de llevar encima.
La tercera escena lo encontró a él internado en un neuropsiquiátrico, esperando por una entrevista con un perito que iba a evaluar su estado mental. El televisor estaba encendido en un canal de noticias. El informe daba cuenta de una cumbre de mandatarios americanos que se iba a realizar en el plazo de un mes en el World Trade Center. Por otro lado, se esperaba que para el próximo once de septiembre el presidente McCain inaugurara finalmente el nuevo edificio de la Casa Blanca, destruido luego del atentado de 2001. En cuanto al ámbito nacional, el presidente Macri había dado al ejército autorización para combatir en las calles contra la creciente ola de inseguridad que asolaba el país entero. Entonces vino un ordenanza y cambió de canal. En TNT daban Volver al Futuro, con Eric Stoltz y Christopher Lloyd.
El perito lo llamó a su oficina.
-Y bien, señor… ¿Suarez? Cuénteme su versión de la historia.
-No sé, es una locura. Volvía a mi casa en colectivo del cine y aparece ese bebé y después esta mujer que dice que soy su marido. Encima veo la tele y dice que las Torres Gemelas están de pie y que Macri es presidente. ¿Qué falta? ¿Qué nunca hayan volado la AMIA? ¿Qué nunca se haya caído el vuelo Oceanic 815?
El perito lo miró.
-Mire, le voy a ser sincero. Ni siquiera se de lo que me está hablando. A la mutual israelita nunca le pasó nada y de ese vuelo que me dice no tengo idea. A mi me parece que usted tiene una confusión muy importante.
Walter no abrió la boca. Estaba consternado, y a punto de abandonarse. El perito siguió haciéndole preguntas y al final diagnosticó que aparentemente lo suyo era un caso de amnesia selectiva, que había provocado que olvidara momentos trascendentales de su vida. Era, eso sí, un caso curioso, porque normalmente los recuerdos suprimidos tenían que ver con la actividad del hemisferio derecho, el de las emociones, mientras que en este caso también había información cultural que parecía haber sido suprimida o alterada. No podía ignorarse la posibilidad de daño cerebral. Aunque por supuesto, para verificar todo esto era necesario que Walter aceptara su condición y se prestase a los estudios clínicos que había que realizar.
Walter se dio por vencido. No lograba entenderlo, no sentía que le faltasen recuerdos, simplemente los que tenía eran completamente distintos a la realidad que ahora le presentaban. Pero decidió someterse y dio su consentimiento para los estudios.
Durante los siguientes tres años Walter fue reeducado, finalmente dejó atrás esos falsos recuerdos y estuvo listo para volver a vivir en sociedad. Mariela fue a buscarlo y cuando llegaron a la casa Agustín los estaba esperando recién llegado del jardín con la tía Nora. Todo había vuelto a la normalidad, como siempre debería haber sido.
Con el tiempo las cosas fueron mejorando. Walter consiguió un buen trabajo y su situación económica mejoró. Cuando al fin pudo comprar el auto, y fundamentalmente cuando le renovaron el registro, supo que la pesadilla había terminado.
Salió de su oficina como todos los días, dispuesto a pasar a buscar a su esposa y llevarla a un restaurante a celebrar su realidad. El plan era ir a cenar a San Isidro. Ya con ella en el asiento del acompañante subió por la Autopista Illia y se dejó llevar por el paisaje del Parque Menem que se dejaba ver a los costados. Todo un gran espacio verde con juegos, un lago, un hotel de primera categoría y un shopping. Entonces se dio cuenta de que no había ido al baño en horas y que necesitaba hacerlo. Al pasar por el peaje le pidió a Mariela que lo esperase, se bajó del auto y entró en el bañito público. Mientras orinaba sintió un extraño dolor de cabeza y la sensación de que no estaba todo bien.
Entonces salió a la autopista y no encontró el auto ni a Mariela.
En su lugar, los edificios de ladrillo de cuatro pisos de la Villa 31 lo saludaban.

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