domingo, 28 de marzo de 2010

Beatrice

Soy un convencido de que las fechas son lo de menos, que festejar los aniversarios, cumpleaños y demás es sólo una forma hipócrita de purgar la culpa de ignorar el resto del año eso mismo que hoy recordamos. Sin embargo esa noche salí a la calle a recorrer los mismos lugares por los que andábamos juntos, seguir los mismos pasos de aquellas caminatas que emprendíamos en otras épocas, quizás más jodidas que éstas, pero definitivamente más felices.
Mis pasos me llevaron hacia La Paz. El viejo bar de Corrientes y Montevideo ya no es lo que era, ahora está muy arreglado y modernito, si hasta parece del Primer Mundo. Entré y pedí un capuchino y un tostado de miga, lo de siempre. Tomé el primer sorbo, cerré los ojos saboreando la espuma que lentamente se deshacía dentro de mi boca, y entonces sentí su mano sobre mi hombro. No quería abrir los ojos. Sentía su perfume inconfundible, su suave tacto acariciando mi viejo y gastado piloto, su mirada que ya buscaba la mía, sentía todo, pero me negaba a descubrir mi error. Cuando al final me decidí a verla, ella había tomado su lugar frente a mí en la mesa.
-Cómo te pegó el tiempo, querido. Me acuerdo de ese joven y aguerrido militante de izquierda de los setenta y no puedo creer que sea el mismo que estoy viendo... Esa melena negra y tupida que era la envidia de más de uno...
-Hoy son dos pelos locos y encima con canas. La verdad es que probé un par de cosas para tratar de conservar ese símbolo de virilidad que era mi pelo, pero al final terminé aceptando que una pelada con dignidad puede causar el mismo efecto en las mujeres. Claro, cambiando el target. Vos en cambio estás igual, tan linda como la última vez que nos vimos.
-Obvio, nene, ¿qué esperabas? ¿Qué envejeciera y me convirtiera en una vieja decrépita? No, gracias. Por suerte estoy más allá de eso.
-¿Eso quiere decir que yo sí soy un viejo decrépito?
-Pero lo dijiste vos, eh.
Estar de nuevo con Beatriz después de veinticinco años era mágico. Ella pidió otro capuchino, pero esta noche era especial y no tardamos en encargarle al mozo una botella de Legui entera para nosotros, que nos reencontramos a través de un cuarto de siglo, olvidando lo que pasó en el medio, saltando un bache de milenio a milenio lleno de tantas cosas vividas y no.
-¿Y, me vas a contar algo?- le pregunté.- ¿Cómo es allá? ¿Saben algo de todo lo que pasa por acá o sencillamente no les importa?
-Todo se sabe, y cómo duele. A veces pienso en aquellas épocas, nuestra lucha, nuestros ideales, y veo en lo que vino a parar, y siento que algo se me raja adentro. Tanto pelear, tantos muertos, y la Argentina se convirtió en ésto. Pero no quiero hablar más de eso. Irse es tan difícil. Acá dejás todo, los afectos, las costumbres, el mate. Allá es mejor, no hay dudas, pero nunca te olvidás de lo que quedó acá. Armando, esta noche es para vos. Sabés a donde quiero ir.
Llovía en Buenos Aires. Una fina y delicada llovizna que resaltaba las luces de los faroles y los teatros contra el asfalto mojado. Siempre habíamos dicho que cuando llueve la ciudad potencia su belleza. No llevábamos paraguas, ni lo necesitábamos. Apenas enfundados en nuestros pilotos demodée rumbeamos Corrientes abajo, para el lado del Obelisco. No dijimos una palabra durante todo el camino, sabíamos bien a dónde íbamos y cómo llegar. Después de cruzar la 9 de Julio seguimos por Diagonal hasta Maipú, y después Chacabuco. El hotel seguía donde siempre, Chacabuco entre Estados Unidos y Carlos Calvo. Había cambiado, como La Paz, pero seguía siendo el mismo hotel. Antes de entrar nos besamos largo rato bajo la lluvia.
Hicimos el amor tres veces, toda una hazaña después de los cincuenta. Casi no hablamos. Era, sencillamente, algo que nos debíamos y nos estábamos cobrando. Cuando la lujuria se apagaba, por fin abrí la boca.
-Te fuiste muy de golpe. Un día estabas, y al otro nadie sabía nada de vos. Para cuando llegaron las noticias ya estaba desesperado, y cuando me enteré fue peor. Ni siquiera pudimos despedirnos.
-Sabíamos en lo que nos metíamos, Armando. Conocíamos los riesgos, y los aceptamos. Lo mío fue una cagada, pero sabés que no fui la única. Miles se fueron conmigo. Y la mayoría no volvió más.
-Pero ahora estás acá, y quisiera que esta noche dure para siempre.
-Pero no va a ser así. No nos queda mucho de esta noche para disfrutar, así que mejor la aprovechamos al máximo. Abrazame, Armando. Te amo.
-Te amo. Nunca dejé de amarte, Bea.

Esa noche no dormimos. Era tan fuerte la sensación de volver a sentir su piel, su pelo, su voz, su aliento, que no quise que el sueño me la arrebatara. Recién al mediodía aceptamos que nuestra noche había acabado, y salimos del hotel. Sin soltarnos, nos preparamos para la despedida.
-Es duro dejarte ir otra vez. Fue mucho tiempo sin vos.
-También es duro para mí, pero así debe ser. No escribo las reglas. De todos modos, supongo que puedo esperar una visita tuya en estos días.
-¿Estás en el lugar de siempre?
-En el lugar de siempre.
-Contá con eso, entonces. ¿Querés que te acerque en un taxi?
-No, es mejor que vuelva sola. No es por vos, volví sólo para verte. Pero creo que para los dos es mejor que me vuelva sola.
-Nunca te olvidé –dije, y le paré un taxi.
-Ni yo.
Se fue.

Al día siguiente era domingo. Me levanté temprano, sabía que tenía que visitarla. Me vestí lo mejor que pude y caminé hasta Combate de los Pozos para tomar el 50. Me bajé en Avenida del Trabajo y Varela y empecé a desandar las cuadras que me llevaban hacia ella. Paré en una florería, compré flores, siempre le gustaron los jazmines. Entré y me pregunté si iba a recordar cómo se llegaba hasta ella. Entonces vi el panteón de la Marina Mercante y lo supe. Conté cinco filas y cuatro hileras y llegué a su tumba. Dejé los jazmines y me puse a llorar.

Elena Beatriz Damiani fue secuestrada en su casa por un grupo parapolicial el 23 de julio de 1977. Su cadáver fue encontrado tres semanas después en un descampado en Ingeniero Budge. Su pareja, Armando Forcino, fue el encargado de reconocer el cuerpo en la Morgue Judicial de Lomas de Zamora.

viernes, 26 de marzo de 2010

Pentagrama

Mi


En La Trastienda tocaba Manu Chao. Mientras aquellos precavidos que habían comprado sus entradas con anticipación hacían la cola para ver el espectáculo, otros procuraban conseguir las últimas localidades disponibles, ya sea en la boletería o a través de los revendedores que nunca faltan para este tipo de ocasiones. El show estaba anunciado para la medianoche. Todavía faltaba más de una hora y la vereda de la calle Balcarce estaba colmada de gente. Durante un buen rato todo estuvo en calma. Esta se quebró cuando uno de los que buscaba conseguir sus entradas golpeó hombro contra hombro al pasar a uno de los que hacía la cola para entrar. Lo golpeó con suficiente fuerza como para que el otro dudara de que fuera un accidente, y al pasar dijo por lo bajo:
-Parásito hijo de puta…
La reacción del atacado no se hizo esperar.
-¿Qué te pasa, la concha de tu madre?
-Gordi, no le sigas el juego por favor… -dijo la mujer que lo acompañaba.
-Que sos un parásito hijo de puta –repitió el agresor ahora en voz bien alta-, y que tenés bien merecido lo que te pasa.
-¡Vení y decímelo en la jeta, la reputísima madre que te reparió!
-Gordi, por favor…
-¿Qué te pensás, que te tengo miedo, la concha de tu hermana?
-¡Vení y decímelo en la jeta, entonces, cagón!
El otro se acercó y apenas estuvo a su alcance recibió un derechazo que le hizo sangrar la nariz. Enseguida se recompuso y se le tiró encima al otro, de manera que en segundos ambos estuvieron en el suelo peleando a mano limpia. El resto de los presentes trató de interceder para separarlos, y hubo más de uno que recibió un buen golpe en el intento.
En ese momento pasó un autobomba por Belgrano rumbo al Bajo con la sirena a toda máquina.

Sol

-¿Te parece? –preguntó Francisco.
-Ponga. Esta mano y ganamos, asegurá la primera –contestó Rodolfo.
Francisco apoyó el ancho bueno sobre la mesa. Juan miró a Tulio.
-¿Tanto?
Por toda respuesta Tulio dejó caer los párpados al tiempo que negaba con la cabeza.
-Vamo con cuidado. Estos dos están cargados.
Juan apoyó el cuatro de copas y se quedó callado. Rodolfo preguntó:
-¿Para el tanto cómo andamos?
-Maso pero no perdemos nada.
-Envido, entonces.
-No se quiere –contestó Juan.
Rodolfo soltó un rey y Francisco gritó.
-Bueno, truco, entonces.
-Y, ya no queda otra. Queremos.
-Quiero retruco –subió la apuesta Tulio-. Y si ganamos, ganamos.
-Quiero –contestó Francisco antes de dejar en la mesa un tres.
Juan puso una sota y dijo:
-Voy a esa.
Rodolfo miró fijo a Francisco y dejó en la mesa el siete de copas. Tulio tiró el siete de oros.
-Saltó –dijo Francisco.
Acto seguido Tulio puso un triste cuatro de espadas.
-Estamos en tus manos, Juan.
-Quiero vale cuatro –gritó Francisco.
-¿Y qué querés –preguntó Juan-, que te diga que no? Quiero.
Francisco tiró un tres. Triunfal, Juan puso el siete de espadas que atesoraba entre sus manos.
-¡Bueno, se acabó la joda, incendio en Paseo Colón y Carlos Calvo!
De inmediato todos se levantaron y corrieron a ponerse los uniformes. En segundos alistaron el autobomba y salieron rumbo al siniestro a toda velocidad con Tulio al volante.
En la mesa quedó el ancho de bastos que marcaba el triunfo de Rodolfo y Francisco.

Si


Verónica se levantó como cualquier día. Siete de la mañana arriba y a desayunar con Augusto. Por suerte no era un día más, era viernes y apenas doce horas la separaban del ansiado fin de semana. Como de costumbre, bajaron juntos en el ascensor rumbo al estacionamiento.
-Hoy lo voy a rajar a Bordenave.
-¿Y eso por qué?
-Parece que está metiendo la mano en la lata.
-¿Y hay pruebas?
-Todavía no, pero el directorio ya acordó desvincularlo de la empresa. Las pruebas van a estar en los estados de cuenta que me pienso traer hoy en la laptop.
-¿Y se afanó mucha guita?
-Aparentemente cerca de doscientos mil pesos. Mucha guita.
-Tené cuidado, por favor, querida.
-No te preocupes Agu, yo lo puedo manejar y además en el edificio hay seguridad. No me va a hacer nada.
-Vos cuidate, nomás.
-Quedate tranquilo, corazón. Ser gerenta de RRHH tiene sus implicaciones desagradables, pero va a estar todo bien.
La 4x4 fue por Paseo Colón, Alem, Figueroa Alcorta, Lugones, General Paz y Panamericana hasta Olivos. Entraron al estacionamiento de la empresa y luego a sus respectivas oficinas.
-Augusto, más o menos a las once mandame a Bordenave a mi despacho.
-OK.

A las once y diez Bordenave entró en el despacho de Verónica. A las once y veinticinco salió del despacho para vaciar su escritorio y volver a su casa.

Para las cinco de la tarde Verónica tenía un nivel de agotamiento importante. Cuando se encontró con Augusto en el estacionamiento no pudo evitar un suspiro de cansancio.
-Llegamos a casa y pedimos unas empanadas. Hoy me quiero acostar temprano. No doy más.
-¿Cómo te fue con Bordenave?
-Pegó un par de gritos, pero nada grave. Para mí que se dio cuenta.
-¿Te acordaste de las cosas que tenés que revisar?
-Sí, las llevo en la notebook.
-¿Y es realmente necesario que mires eso en tu fin de semana?
-Mi amor, sabés que a veces mi laburo no tiene horario…
-Sí, pero también tenés que descansar, cielo. Mirá el stress que tenés.
-Amor, voy a estar bien, quedate tranquilo.

Llegaron a casa y subieron por el ascensor. Verónica se pegó una ducha y después de ella Augusto. Ella se quedó después mirando Los Simpsons mientras esperaban las empanadas. Augusto bajó a buscarlas, cenaron y después Verónica tomó un tilo.
-Amor, yo me voy a acostar –le dijo luego a Augusto.
-Que descanses, cielo. Yo me voy a quedar un rato más mirando la tele.

Todavía no eran las ocho y media de la noche cuando Verónica se tomó un Valium y se metió en su cama. Cinco minutos después estaba durmiendo.

Re

-Gordi, ¿A qué hora es el concierto?
-Está anunciado para medianoche. Con que estemos allá diez y media tiene que estar bien.
-¡Buenísimo! ¡Me muero de ganas por estar allá!
-¿Nunca viste tocar a Manu?
-No, hasta ahora nunca.
-Vas a ver que te gusta. Yo voy a llegar a casa más o menos a las seis y media. Tenemos tiempo de tomarnos unos mates y prepararnos bien. Después si querés cenamos algo livianito en Puerto Madero y nos vamos al recital.
-Dale. Yo en el almuerzo veo si me compro algo para estrenar esta noche.
-Ah, ¿para el gallego ese estrenás ropa y para mí no? Qué bonito, eh.
-Mmm lo que voy a estrenar para vos no lo va a ver nadie más que vos…
-Suena lindo…
-¿Púrpura con encaje te suena mejor?
-Bueno, mejor dejalo ahí porque estoy en el laburo.
-Jajaja, está bien. Nos vemos a la tarde en casa entonces.
-¡Bordenave!
-Me llaman, te tengo que dejar. Esta noche Manu Chao en la Trastienda. Te quiero, dulce.
-Nos vemos después, Gordi.
-¿Qué pasa, Augusto?
-Mi mujer te quiere ver en su despacho. Es importante.
-¿Sabés de qué quiere hablar?
-No me corresponde. Que te lo diga ella.
-Ok. Voy a verla entonces.
“Lameculos de mierda” pensó Bordenave mientras iba al despacho de Verónica.

Fa



La conversación de Augusto con su esposa lo dejó intranquilo. Bordenave era un buen chivo expiatorio, pero si Verónica revisaba esos estados de cuenta él estaba jodido. Ya hacía tres años que estaba jugando al marido amoroso con ella y tenía las pelotas un poco llenas.
La idea surgió cuando fue a buscar a Bordenave. Manu Chao toca en La Trastienda, son menos de diez cuadras de su casa. Por Internet averiguó que el show se anunciaba para medianoche. A lo mejor podía armar algo. Durante el almuerzo se acercó hasta la estación de San Martín y compró un chip de Movistar.
Como de costumbre, especialmente los viernes, Verónica se empastilló para dormirse. Podía estar la filarmónica de Buenos Aires tocando la Cabalgata de las Walkyrias al lado de ella y no se iba a despertar. Su notebook estaba sobre la cómoda, junto a la ventana. Al lado estaba el iPhone. Augusto apoyó el hornito aromático sobre el iPhone, de manera un tanto precaria. Luego salió del departamento y caminó por Paseo Colón en dirección a Belgrano. Cuando llegó trató de conseguir entradas, pero era esperable que estuviesen agotadas. Preguntando localizó a un revendedor y así obtuvo su localidad. Para entonces ya eran casi las once de la noche. Se fue aparte y sacó su celular. Cambió el chip por el que había comprado a la tarde y llamó a su esposa. El celular sonó seis veces antes de que saltara el contestador. Con eso debía ser suficiente. Volvió a cambiar el chip y borró el registro de la llamada. Luego calculó.
El hornito estaba sobre el borde del iPhone. Verónica siempre dejaba su teléfono en vibrador. El hornito, que ya debía estar seco, caería sobre la notebook. Ésta aún tenía el plástico protector sobre la tapa, así que no tardaría mucho en empezar a quemarse. Apenas lo hiciera, el fuego alcanzaría las cortinas. Al ser sintéticas, las cortinas quemadas caerían sobre la alfombra como fuego líquido. En menos de cinco minutos la habitación donde dormía Verónica estaría en llamas.
En ese momento vio a Bordenave. Iba con una mujer, posiblemente su esposa. Pasó a su lado y sin disimular golpeó su hombro con fuerza mientras por lo bajo decía:
-Parásito hijo de puta…
Mientras la gente de la entrada trataba de separarlos escuchó el autobomba que pasaba a toda velocidad por la esquina y supo que su plan marchaba bien. El departamento se incendiaba y él tenía una coartada perfecta.

domingo, 21 de marzo de 2010

Preámbulo a las instrucciones para configurar un celular

Lo que van a leer a continuación es puro y liso sacrilegio. Hace rato que tenía ganas de hacerlo, pero mi moral no me lo permitía. Dado que finalmente acepté que no tengo moral, decidí realizar esta pequeña herejía. El texto que sigue es una adaptación 2010 del cuento de Julio Cortázar "Preámbulo a las Instrucciones para dar cuerda al Reloj". Mi intención, simplemente, es demostrar cómo aquello que Don Julio escribió hace casi 50 años hoy sigue siendo perfectamente válido, con apenas un cambio de figuritas. Luego de mi sacrilegio, el original.



Pensalo: cuando te regalan un celular te regalan una pequeña cárcel tecnológica, un GPS virtual, un rastreador inseparable. No te dan solamente el móvil, que los cumplas muy felices
y esperamos que te dure porque costó unos buenos pesos, un Blackberry 8520 con Wi-Fi y conexión a redes sociales; no te regalan solamente ese soporte multimedia que vas a llevar a todos lados. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que conectar a tu cuerpo con su headset como un apéndice desesperado que se desprende de tus orejas. Te regalan la necesidad de ponerlo a cargar cada noche, la obligación de recargar crédito para que siga siendo un celular; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en la tele, de escribir o contestar mensajes en cualquier momento, de saltar cuando escuchás “Two princes” de Spin Doctors aunque no sea realmente una llamada entrante. Te regalan la necesidad de controlarlo todo el tiempo para ver si hay alguna novedad en el Face o en Twiter. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu celular con los demás celulares. No te regalan un celular, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del Blackberry.


Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj - Julio Cortázar


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Cómo se llama la obra.

Primer Acto:

A Jorgito no lo veía hace años. Nos encontramos por pura casualidad en Facebook. Por suerte no me dio tiempo a hacerme ningún tipo de ilusiones, ya que no tardó más de quince minutos en confirmarme que era gay, pero seguía tan divino como siempre lo fue. En la secundaria siempre había sido el mejor amigo de todas las chicas, imagino que esto simplemente se veía venir. Pero bueno, estamos en el siglo XXI y toda mujer de mundo debe tener su amigo gay. Sea bienvenida entonces la aparición de Jorgito. Pero de ahí a ir a su cumpleaños, que se yo… No conozco a nadie. Esta bien que desde que corté con Sebas tengo menos vida social que una ostra, mal no me vendría salir un poco, cambiar de ambiente, a ver si conozco a alguien. No me vendría mal hacerme un nuevo grupo de amigos. Jorgito me dijo que no me va a dejar sola, que me va a acompañar en su cumple para que no me sienta aislada, pero no sé… no dudo de sus intenciones, pero cuando uno es el anfitrión tiene que andar de acá para allá, no puede estar toda la noche pendiente de una sola persona. Má sí, yo me tiro a la pileta, qué puede ser lo peor que me pase.
Que me quede sola en un rincón sin que nadie me de pelota, por supuesto. Jorgito cada tanto viene, me presenta gente, pero no hay caso, nadie me da bola más de dos minutos, este lugar está lleno de freaks. Yo soy el bicho raro acá. Mujer, argentina, 30 años, universitaria, empleada, soltera, vivo con mis padres. No, definitivamente esta gente no es capaz de comprenderme. Encima esta casa es tan grande… Dentro de todo le fue bien a Jorgito, parece. No tanto con el diseño de indumentaria sino con el chongo que se consiguió. Qué pedazo de casa, yo pensaba que de esto en Buenos Aires no había, solamente en Beverly Hills. En fin, ¿me parece a mí o el morocho que está al lado del bar me mira?

Segundo Acto:

El morocho se me acerca con dos tragos. Lo ví prepararlos. Algo liviano, Gancia con soda, limón y jugo de naranja. Bastante ubicado el tipo. Llega y me ofrece uno.
-¿Te dejaron sola? ¿Te puedo acompañar?
El gesto me encanta. Nos ponemos a hablar. Correcto, respetuoso, hablamos de todo tipo de temas de manera suelta y alegre. No me hace ninguna de las preguntas de cuestionario, recién a mitad de la charla me pregunta mi nombre y me dice que se llama Carlos. Conozco pocos Carlos, parecería un nombre súper común pero para mi generación ya estaba pasado de moda, así que son muy pocos los tipos de mas o menos mi edad que haya tratado que se llamaran Carlos. Hola, Carlos. Carlos es un poco más grande que yo, pero no demasiado. Se mantiene muy bien. Es morocho, ojos verdes, barbita de dos días, lindo y simpático, no vino a encararme para el levante sino que simplemente nos pusimos a charlar, empezamos hablando del tema de Soda que sonaba y de alguna manera ahora me cuenta que el Malbec y el Torrontés son los varietales emblemáticos de la vitivinicultura argentina, y con eso me mata. En algún momento surge la pregunta obvia. ¿A qué te dedicás?
-Soy actor –me dice-. En este momento represento una obra en el San Martín.
-¿Ah si? ¡Qué bueno! –le digo- ¿Y cómo es tu personaje?
-Represento a un mendigo ciego. Tuve que estudiar movimientos y comportamiento, era muy importante para mí que mi personaje fuera verdaderamente creíble. Y creo que lo logré.
-¡Wow, genial! ¿Y podés vivir de eso? ¿Te deja más o menos plata?
-Te aseguro que te deja mejor plata de lo que te podés imaginar.
En ese momento sonó un mensaje en su celular.
-Estaría bárbaro ir a verte actuar –propuse.
-Me encantaría, verdaderamente. Ahora me avisaron de algo medianamente urgente y me tengo que ir. Pero te dejo mi celu y si querés arreglamos, dale?
-Dale. Te llamo, eh.
Se fue. Una lástima.
No le pregunté cómo se llama la obra.

Tercer Acto:

El resto de la fiesta no tuvo ningún episodio más digno de mencionar. Me despedí de Jorgito, nos seguiremos hablando, me alegré mucho de verlo, pero la verdad que si no era por Carlos la fiesta hubiera sido un verdadero embole.
Llegué a casa a las cuatro y pico de la mañana. Sacarme los tacos resultó de un placer casi orgásmico. Me cepillé los dientes, hice pis, me cambié y me fui a acostar. Dormí hasta el mediodía y entonces me llamó Melina. Estuvimos hablando un buen rato, le conté de la fiesta, de Jorgito, del embole y por supuesto de Carlos. Me escuchó atentamente y me invitó a tomar mates a la casa. Quedé en que a las tres de la tarde andaba por allá.
No iba a tardar mucho en salir. Solamente tenía que bañarme, secarme el pelo, vestirme, peinarme, pintarme, hacer la cama, darle de comer al gato y asegurarme de tener todo encima. El problema es que Melina vive en San Miguel y yo en Villa del Parque. Y es un buen rato de viaje a bordo del Bendito Ferrocarril General San Martín. Qué lindo es aplastar el culo contra sus asientos de chapa. Qué feliz que te hace ver los carteles que dicen “No se suicide, provocará demoras en el servicio”. Realmente a veces pienso que soy muy amiga de Melina.
Pasa junto a mí la enorme locomotora diesel y me subo. No hay demasiados pasajeros a bordo, no es mucha gente la que viaja un domingo a la siesta. Enseguida empiezo a ver el desfile de vendedores ambulantes. El primero trae alfajores, bastante berretas, tres por dos pesos. La verdad una vergüenza lo que cuestan ahora, no hace tanto te vendían tres por un peso.  El segundo trae cd’s. Dios mío, que cantidad de cosas que tiene ese hombre. Mp3 de lo que se te ocurra. ¿Lady Gaga dijo? ¿Britney? Dan ganas de chusmearlo. Pero no hoy. Ya me lo volveré a cruzar. El tercero es de los que más odio. Un ciego que viene a pedir guita por el solo hecho de ser ciego. Ok, es una cagada lo que te pasó, pero tratá de hacer algo al menos. Los otros eran molestos, pero al menos te ofrecían algo a cambio. Éste viene a vender lástima. Encima de ciego dejado. Mirá el asco que es ese pelo. Debe estar lleno de piojos. Obviamente no se afeitó. La ropa no sé si estará sucia pero por lo menos está hecha mierda, yo ni en pedo saldría así a la calle. Encima esa pose, esa actitud lastimosa, ese ponerse en papel de víctima de la sociedad cuando él tampoco hace nada para ayudarse a sí mismo. Encima hay que ver si es ciego. Los ciegos de veras casi nunca usan lentes negros.
Además…
Yo a este lo vi antes.
El ciego llega hasta donde estoy yo, se me pone al lado y en un veloz pero sutil movimiento se levanta los lentes y me deja ver los verdes ojos de Carlos que me hacen un guiño.
Ahora entiendo la verdadera naturaleza de su personaje.
Ahora sé como se llama la obra.

(Dedicado a mi amigo Martín, en cuya casa fue desarrollado este cuento)

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