Había tenido una semana difícil, lo sé.
En el trabajo la cosa está muy complicada. Están echando mucha gente,
¿Sabe? Uno va a trabajar sin saber si ese mismo día le van a dar las
gracias y una copia del telegrama de despido. No es sano trabajar así.
El trabajo que hago no es sano. Usted no sabe lo que es tener que estar
seis horas por día todos los días hablando con gallegos que están del
otro lado del Atlántico desesperados por boludeces. Y gritan, y piensan
que gritando van a tener la razón y no se dan cuenta de que son unos
pelotudos. El otro día me llamó una y se me puso a llorar desconsolada.
¿Y sabe por qué? Porque el celular que le había llegado no era del color
que a ella le gustaba. ¿Usted se da cuenta? ¿Es que no tiene vida esta
gente? Y otra, cuarenta minutos me tuvo a los gritos. A los gritos.
Cuarenta minutos. Ya ni recuerdo qué mierda quería. No me dejaba meter
bocado. Llega un momento en el que uno simplemente pone el piloto
automático y deja que se descarguen, a ver si al final se calman y dejan
que uno les hable. Pero con ésta no había caso. Era dura, gallega
típica. Al final la tuve que pinchar un poquito para que me putee. Y ahí
sí, una vez que me puteó ya le puedo cortar sin culpas. Pero hay que
tener cuidado con eso, porque están echando gente. Y uno no sabe si es
el próximo al que le toca.
Pero
bueno, está bien que son seis horas nada más. Pero es muy tarde, o muy
temprano, ya no sé. Me levanto de la cama a las dos de la mañana. A
veces ni siquiera duermo. A las tres ya me meto en el box y no salgo de
ahí hasta las nueve. Apenas dos breaks de quince minutos como para que
no se note tanto. Ya no se lo que es el día ni la noche. Y cuando llego a
casa no puedo dormir, se imaginará. Porque claro, la señora labura en
un horario “normal”. Y cuando llego ella está que se prepara para irse.
Entra a las once, así que me deja una lista así de cosas que tengo que
hacer antes de que vuelva. Y la gallega que me tuvo cuarenta minutos a
los gritos. Pero yo hago lo que tengo que hacer, sí señor. Le preparo al
comida al nene, lo visto y lo llevo a la escuela. Y de ahí corriendo al
banco. Una hora de cola, ¿puede creer usted? Una hora. Y todo para que
me digan que van a ejecutar la hipoteca si no le doy cinco mil pesos en
una semana. ¿Me quiere decir de dónde voy a sacar cinco mil pesos en una
semana? Yo soy un hombre honesto, honrado, un laburante. No cago guita,
ni cago a la gente como hacen esos usureros de mierda. Yo tuve una mala
temporada, qué le voy a hacer. A la gente de trabajo no nos fue tan
bien como a los delincuentes esos de guante blanco. Pero a ellos no les
importa, no. A ellos lo único que les importa es la plata. Son
sacerdotes del Dios Billete. Y yo me vuelvo a casa desesperado, qué
quiere que le diga. Entre los cuarenta minutos de la gallega y los
veinte del banquero tenía así la cabeza. Así. Entonces vuelvo a mi casa y
pretendo hacerme unos mates. ¿Es mucho pedir unos mates, digo yo? ¿Y
sabe qué pasa? Pasa que se me rompe la cañería. Y entra a salir agua de
la canilla para todos lados y yo no sé cómo pararla. Y al final termino
cerrando la llave de paso y agarrándome la cabeza. La gallega, el
banquero, la cañería, es mucho. La verdad es mucho para un solo día. Así
que traté de calmarme un poco y me tiré un minuto en la cama para
relajarme. ¿No tengo derecho, acaso? Y me quedé dormido, qué le voy a
decir. Me quedé dormido. Y la hija de puta me despierta a los gritos. Ya
sé que eran las ocho de la noche y no había ido a buscar al nene. No sé
qué tanto escándalo me hace si la hermana igual lo fue a buscar y él
está lo más bien jugando con los primos. Pero ésta no, a los gritos me
despierta. Desde las dos de la mañana que estoy levantado y haciendo
cosas. Cuarenta minutos me tuvo la gallega hija de puta y veinte más el
banquero. Y la canilla de mierda que no dejaba de perder agua. Me quedé
dormido, sí. ¿Era para tanto? La hija de puta me gritaba peor que la
gallega. Me taladraba el cerebro más de lo que ya lo tenía. Y mire que
yo quise razonar con ella, eh. Hasta la llevé a la cocina para mostrarle
la canilla. Pero ella seguía gritando y gritando. Y me cansé. Abrí el
primer cajón y agarré el hacha chiquita que tenemos para la carne.
Y se la puse en la cara. Y empezó a salir sangre para todos lados y
ella se puso a gritar pero de dolor, y entonces se dio vuelta. Y se la
puse en la nuca. Y ella se fue al suelo, y yo me le fui encima. Y se la
volví a dar en la cara una vez y otra y otra y no sé cuántas veces más. Y
ella ya no gritaba y yo le empecé a patear y pisar lo que le quedaba de
la cara, y ya no era una cara sino una cosa roja toda asquerosa, y yo
también estaba rojo y asqueroso. Y la miré y no sentí nada, solamente
alivio. Y me tiré en la cama, y dormí, y dormí mucho y esa noche no fui a
laburar ni a buscar al nene. Y cuando me desperté me vine para acá,
oficial. Soy humano, qué le voy a decir. No me puede culpar. No me puede
culpar.

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