miércoles, 7 de abril de 2010

Un día de laburo

Ella lo esperaba a mediodía en el bar de 9 y 59. Llevaba el cabello recogido con un pañuelo y anteojos oscuros, de los grandes. Él la pasó a buscar en su Mègane Black, completamente negro, vidrios polarizados, seis velocidades. Se saludaron casi tímidamente con un pico y luego tomaron 60 para salir por 13 con rumbo a Camino Centenario. Antes de llegar a City Bell entraron a un hotel. La discreción y el confort eran los denominadores del lugar. La ventanilla del cajero estaba polarizada también, todo el contacto era automatizado y se comunicaban a través de micrófono y parlantes. En ningún momento tomaron contacto con la persona dentro de la cabina. La cochera era individual y tenía un portón para ocultarlos de miradas indiscretas. El lugar entero estaba diseñado para la trampa.

La cochera tenía una escalera que daba a la habitación. Allí se encontraron directamente con la bañera para hidromasaje, redonda, imponente. Más al costado encontraron la gigantesca cama, el televisor de LCD, el frigobar. Ella se quitó el abrigo, los anteojos y se soltó el cabello. Ambos rieron y fueron desvistiéndose, mutuamente y sin prisas. Él se sentó en el borde de la cama y ella comenzó a practicarle sexo oral. A él lo volvía loco cómo lo hacía. Pero esta vez ella quiso intentar algo nuevo. Arrodillada en el suelo, colocó las piernas de él sobre sus hombros para levantar un poco las nalgas y comenzó a acariciarle el perineo. Él, con cierto recelo, se dejó hacer. Entonces, mientras con una mano seguía masturbándolo, su lengua decidió ir en busca de su ano. Él experimentaba una sensación nueva, suponía que le gustaba, pero aún no lo podía asegurar. Entonces ella, sin previo aviso y con algo de brusquedad, hundió su índice izquierdo en su recto.

Se escuchó un ruido seco. Él no esperaba esa intromisión en su cuerpo, y su reacción fue casi refleja. Apretó sus piernas y se echó hacia un costado con fuerza.

Entre sus piernas estaba la cabeza de ella.

Él tardó uno o dos segundos en comprender la situación. Con la mano se sacó el dedo que aún estaba en su culo y vio el cadáver tirado en el suelo.

Él comenzó a desesperarse. Estaba en un hotel con el cuerpo muerto de una mujer que no era su esposa y que había entrado junto a él con vida. Durante media hora estuvo dando vueltas, agarrándose la cabeza, tratando de pensar en qué hacer. Se le ocurrían varias formas de deshacerse del cuerpo que había visto en sendas películas, una más macabra que la otra. No se animaba a hacer eso. No se imaginaba tirándola al costado de una ruta ni diseccionándola con una cuchilla de carnicero. Por lo pronto debía hacer algo. Comenzó a vestirla. Si bien el cuerpo no tenía aún la rigidez de un muerto, ya estaba perdiendo calor y flexibilidad. Costó mucho ponerle la ropa, pero la puteada se le escapó mientras le trataba de poner el pañuelo en la cabeza.

Bajarla por la escalera resultó casi imposible. Pudo hacerlo finalmente, pero el esfuerzo lo dejó agotado. Tuvo que decidir si meterla en el baúl o en el asiento delantero. Al final se decidió por el asiento. No quería levantar sospechas al entrar en pareja y salir solo. De manera que tan discretamente como entró se fue del hotel con el cuerpo de su amante como copiloto.

El Mègane se dirigió por Camino Centenario al Norte. Al llegar a Parque Pereyra él sin bajarse del auto reclinó el asiento del acompañante para acomodar el cadáver en el piso entre las dos filas de asientos. No se sentía seguro para nada, pero tenía que actuar lo más fríamente posible. Luego sacó el celular e hizo una llamada.

-¿Julio?

-¿Qué pasa Negrito?

-Necesito que me ayudes viejo. Me mandé una cagada importante.

-¿Qué carajo hiciste esta vez?

-No te puedo contar por celu. Estoy yendo para allá.

-Bueno, te espero. Y guarda con donde te metés.

El Mègane retomó la marcha. La adrenalina lo recorría de punta a punta cada vez que pasaba cerca de una patrulla o de un puesto de control policial.

Cuando estaba llegando al Cruce de Varela dos policías lo detuvieron al costado del camino.

-Buenas tardes.

-Buenas tardes Oficial.

-Permítame Cédula Verde, Registro y Seguro.

-Aquí tiene, cómo no.

Parado junto a la ventanilla el policía examinó con cuidado los documentos durante un interminable minuto. Él rogaba que no quisiese asomarse al interior del auto.

-Muy bien. VTV no corresponde porque es 0 km.

-Claro, lo compre hace un mes el coche.

-Linda máquina, lo felicito. Aquí tiene. Que siga bien.

-Muchas gracias Oficial, hasta luego.

Mientras arrancaba el auto sintió una leve lipotimia. ¡Dios, qué manera de liberar tensiones! Se recupero enseguida y continuó con su ruta. Siguió por Camino General Belgrano y al llegar a la rotonda encaró por Monteverde. Luego de unos kilómetros de andar se metió por unas calles interiores hasta que encontró una delegación policial.

Se detuvo en la puerta y se asomó para saludar al Suboficial de Guardia.

-¿Qué hacés Cachito? ¿Me lo llamás a Julio?

El suboficial entró a la Comisaría y pronto salió seguido de un policía curtido y corpulento que llevaba en sus hombros insignias de Subcomisario.

-¿Cómo andás Negro? Contame qué te pasó.

-Vení, subite al auto Julito.

El policía obedeció.

-Mirá atrás, en el suelo.

Julio abrió los ojos con estupor.

-¿Qué cagada te mandaste macho?

-Qué se yo, fue sin querer… me estaba chupando la pija y le quebré el cuello…

-Mierda, no sé cómo hizo Verónica para sobrevivir tantos años… Mirá, yo de esta te hago zafar, pero te aviso que te va a salir caro eh…

-Sí, me imagino. Arreglámelo y después me pasás la cuenta.

-Si no fueses mi hermano menor te juro que te recagaba a patadas en el orto. Puta que te parió Negro… Llevá el auto atrás de la seccional así bajamos el cuerpo…

Él llegó a su casa a la hora de siempre. Impecable, como de costumbre.

-¡Buenas tardes mi amor! –le dijo Verónica- ¿Qué tal tu día de trabajo?

-Uno más, como todos –contestó él.

-¡Hola Papi! –lo saludó Emmanuel- ¿Me ayudás con la tarea de inglés?

-Dale –dijo Vero-, ayudalo que yo mientras preparo la cena.

Él se sentó junto a su hijo en la mesa del living y se pusieron a revisar verbos irregulares.

Tenía claro que la imagen de su rostro pálido y frío ya no lo abandonaría por el resto de su vida.

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