domingo, 21 de marzo de 2010

Cómo se llama la obra.

Primer Acto:

A Jorgito no lo veía hace años. Nos encontramos por pura casualidad en Facebook. Por suerte no me dio tiempo a hacerme ningún tipo de ilusiones, ya que no tardó más de quince minutos en confirmarme que era gay, pero seguía tan divino como siempre lo fue. En la secundaria siempre había sido el mejor amigo de todas las chicas, imagino que esto simplemente se veía venir. Pero bueno, estamos en el siglo XXI y toda mujer de mundo debe tener su amigo gay. Sea bienvenida entonces la aparición de Jorgito. Pero de ahí a ir a su cumpleaños, que se yo… No conozco a nadie. Esta bien que desde que corté con Sebas tengo menos vida social que una ostra, mal no me vendría salir un poco, cambiar de ambiente, a ver si conozco a alguien. No me vendría mal hacerme un nuevo grupo de amigos. Jorgito me dijo que no me va a dejar sola, que me va a acompañar en su cumple para que no me sienta aislada, pero no sé… no dudo de sus intenciones, pero cuando uno es el anfitrión tiene que andar de acá para allá, no puede estar toda la noche pendiente de una sola persona. Má sí, yo me tiro a la pileta, qué puede ser lo peor que me pase.
Que me quede sola en un rincón sin que nadie me de pelota, por supuesto. Jorgito cada tanto viene, me presenta gente, pero no hay caso, nadie me da bola más de dos minutos, este lugar está lleno de freaks. Yo soy el bicho raro acá. Mujer, argentina, 30 años, universitaria, empleada, soltera, vivo con mis padres. No, definitivamente esta gente no es capaz de comprenderme. Encima esta casa es tan grande… Dentro de todo le fue bien a Jorgito, parece. No tanto con el diseño de indumentaria sino con el chongo que se consiguió. Qué pedazo de casa, yo pensaba que de esto en Buenos Aires no había, solamente en Beverly Hills. En fin, ¿me parece a mí o el morocho que está al lado del bar me mira?

Segundo Acto:

El morocho se me acerca con dos tragos. Lo ví prepararlos. Algo liviano, Gancia con soda, limón y jugo de naranja. Bastante ubicado el tipo. Llega y me ofrece uno.
-¿Te dejaron sola? ¿Te puedo acompañar?
El gesto me encanta. Nos ponemos a hablar. Correcto, respetuoso, hablamos de todo tipo de temas de manera suelta y alegre. No me hace ninguna de las preguntas de cuestionario, recién a mitad de la charla me pregunta mi nombre y me dice que se llama Carlos. Conozco pocos Carlos, parecería un nombre súper común pero para mi generación ya estaba pasado de moda, así que son muy pocos los tipos de mas o menos mi edad que haya tratado que se llamaran Carlos. Hola, Carlos. Carlos es un poco más grande que yo, pero no demasiado. Se mantiene muy bien. Es morocho, ojos verdes, barbita de dos días, lindo y simpático, no vino a encararme para el levante sino que simplemente nos pusimos a charlar, empezamos hablando del tema de Soda que sonaba y de alguna manera ahora me cuenta que el Malbec y el Torrontés son los varietales emblemáticos de la vitivinicultura argentina, y con eso me mata. En algún momento surge la pregunta obvia. ¿A qué te dedicás?
-Soy actor –me dice-. En este momento represento una obra en el San Martín.
-¿Ah si? ¡Qué bueno! –le digo- ¿Y cómo es tu personaje?
-Represento a un mendigo ciego. Tuve que estudiar movimientos y comportamiento, era muy importante para mí que mi personaje fuera verdaderamente creíble. Y creo que lo logré.
-¡Wow, genial! ¿Y podés vivir de eso? ¿Te deja más o menos plata?
-Te aseguro que te deja mejor plata de lo que te podés imaginar.
En ese momento sonó un mensaje en su celular.
-Estaría bárbaro ir a verte actuar –propuse.
-Me encantaría, verdaderamente. Ahora me avisaron de algo medianamente urgente y me tengo que ir. Pero te dejo mi celu y si querés arreglamos, dale?
-Dale. Te llamo, eh.
Se fue. Una lástima.
No le pregunté cómo se llama la obra.

Tercer Acto:

El resto de la fiesta no tuvo ningún episodio más digno de mencionar. Me despedí de Jorgito, nos seguiremos hablando, me alegré mucho de verlo, pero la verdad que si no era por Carlos la fiesta hubiera sido un verdadero embole.
Llegué a casa a las cuatro y pico de la mañana. Sacarme los tacos resultó de un placer casi orgásmico. Me cepillé los dientes, hice pis, me cambié y me fui a acostar. Dormí hasta el mediodía y entonces me llamó Melina. Estuvimos hablando un buen rato, le conté de la fiesta, de Jorgito, del embole y por supuesto de Carlos. Me escuchó atentamente y me invitó a tomar mates a la casa. Quedé en que a las tres de la tarde andaba por allá.
No iba a tardar mucho en salir. Solamente tenía que bañarme, secarme el pelo, vestirme, peinarme, pintarme, hacer la cama, darle de comer al gato y asegurarme de tener todo encima. El problema es que Melina vive en San Miguel y yo en Villa del Parque. Y es un buen rato de viaje a bordo del Bendito Ferrocarril General San Martín. Qué lindo es aplastar el culo contra sus asientos de chapa. Qué feliz que te hace ver los carteles que dicen “No se suicide, provocará demoras en el servicio”. Realmente a veces pienso que soy muy amiga de Melina.
Pasa junto a mí la enorme locomotora diesel y me subo. No hay demasiados pasajeros a bordo, no es mucha gente la que viaja un domingo a la siesta. Enseguida empiezo a ver el desfile de vendedores ambulantes. El primero trae alfajores, bastante berretas, tres por dos pesos. La verdad una vergüenza lo que cuestan ahora, no hace tanto te vendían tres por un peso.  El segundo trae cd’s. Dios mío, que cantidad de cosas que tiene ese hombre. Mp3 de lo que se te ocurra. ¿Lady Gaga dijo? ¿Britney? Dan ganas de chusmearlo. Pero no hoy. Ya me lo volveré a cruzar. El tercero es de los que más odio. Un ciego que viene a pedir guita por el solo hecho de ser ciego. Ok, es una cagada lo que te pasó, pero tratá de hacer algo al menos. Los otros eran molestos, pero al menos te ofrecían algo a cambio. Éste viene a vender lástima. Encima de ciego dejado. Mirá el asco que es ese pelo. Debe estar lleno de piojos. Obviamente no se afeitó. La ropa no sé si estará sucia pero por lo menos está hecha mierda, yo ni en pedo saldría así a la calle. Encima esa pose, esa actitud lastimosa, ese ponerse en papel de víctima de la sociedad cuando él tampoco hace nada para ayudarse a sí mismo. Encima hay que ver si es ciego. Los ciegos de veras casi nunca usan lentes negros.
Además…
Yo a este lo vi antes.
El ciego llega hasta donde estoy yo, se me pone al lado y en un veloz pero sutil movimiento se levanta los lentes y me deja ver los verdes ojos de Carlos que me hacen un guiño.
Ahora entiendo la verdadera naturaleza de su personaje.
Ahora sé como se llama la obra.

(Dedicado a mi amigo Martín, en cuya casa fue desarrollado este cuento)

3 comentarios:

  1. "El típico morocho porteño y chamuyero"
    ¿Así se llama? :-)

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  2. Se llama así. Gusto en verte por acá.

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  3. Mauri ... precioso relato

    Pero de tus relatos ... mis favoritos ... son ... Las de CAIN ..... transmiten sensaciones que estaban desnudas a flor de piel ... seguramente inspirados por las mas bellas musas ( a veces los re-leo una y otra vez) A.Mia

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