martes, 7 de abril de 2009

Doppelgänger




A usted le hablo mi querido amigo. Nos conocemos bien, hemos compartido horas de charlas, nos prodigamos mutuo respeto y admiración, y sin embargo nos odiamos tan intensamente…

Recuerdo la primera vez que cruzamos palabra. Sí, la recuerdo, porque la memoria es sabia y guarda los momentos claves, al tiempo que descarta las trivialidades, y sabe como reconocerlas. Es así que mi primer encuentro con usted no se ha perdido.

Es increíble que haya pasado tanto tiempo. Su madre y la mía se habían hecho amigas, y así nuestra amistad fue casi obligatoria. Aquel primer día de salita de tres no fue lo más agradable, Alguien me puso el pie mientras corría y mi nariz fue a dar contra las baldosas del patio. Por supuesto que se que aquella pierna era suya, y usted también lo recuerda. Nunca en todos estos años hubo necesidad de traerlo al caso, pero quiero que sepa que está ahí, no se borra. Recuerdo su casa, divina, impecable, llena de habitaciones, con un inmenso hogar coronando el living y una hermosa pileta coronando el parque. Recuerdo la mía, mucho más humilde por supuesto, y sus filosas palabras que ya de chico me preguntaban cómo es que podía vivir así.

También viene a mi memoria la Señorita Clara, y luego la Señorita Graciela, la Señorita Alejandrina y la Señorita Ethel. Todas ellas lo vieron, pero todas se declararon incompetentes ante lo que no sabían manejar. Los dos éramos brillantes, nuestras calificaciones y nuestros promedios eran los mejores de la escuela, y era la nuestra una sorda competencia por ser cada uno mejor que el otro. Sin embargo, jamás conseguimos sacarnos ni un poco de ventaja. No eran iguales nuestras respuestas en los exámenes, no eran iguales nuestras soluciones a los problemas, ambos demostrábamos una inventiva única, y sin embargo nuestras calificaciones eran las mismas, nuestros boletines eran calcados, y nadie podía acusarnos de copiarnos porque todos sabían que éramos únicos e incomparables.

Nuestros caminos se separaron al llegar a la secundaria, recordará, amigo, tal vez debido a que ninguno de nosotros soportaba ya esa presencia que acompañaba y ensombrecía el propio brillo. ¿Pero se separaron realmente? No tardamos en vernos frecuentando las mismas fiestas, los mismos lugares, compitiendo por las mismas mujeres, a cual más hermosa, rivalizando en popularidad, sabiéndonos ambos encantadores, y aunque no había hombre ni mujer que se resistiera a nuestro carisma y personalidad, evitando siempre la confrontación directa de organizar una reunión social por miedo a que el brillo del otro opaque nuestra estrella.

El tiempo nos convirtió en excelentes RRPP. Los dos teníamos una agenda llena de teléfonos y direcciones que implicaban la apertura de buena cantidad de puertas, y si bien nunca las comparamos, jamás pude entender cómo aquellos contactos que más me costaba lograr podían formar parte de su red también.

En el momento de entrar a la facultad pensé en usted, por supuesto que lo hice. Hacía rato que no sabía de usted más que por referencias, y debía encontrar algo que lo alejara de mi camino. Grande fue mi sorpresa al saber ya en cuarto año de mi carrera que usted andaba por caminos similares, y que pronto ambos seríamos comunicadores sociales egresados de diferentes universidades.

No fue eso obstáculo para apuntar siempre a la excelencia por supuesto. Logré siempre las mejores relaciones, y aún no había obtenido mi título cuando comencé a escribir en una publicación de primer nivel. Mi capacidad de productor periodístico era objeto de admiración, y no tardé mucho en tener la oportunidad de publicar con mi firma mis propios reportajes. Grande fue mi sorpresa cuando al ver mi primer gran entrevista con mi nombre en letras de molde, descubrí que en la misma fecha usted había conseguido lo mismo en la más prestigiosa de nuestras competidoras. A la distancia su sombra continuaba cayendo sobre mí.

Creo que estará de acuerdo conmigo en que el cenit de nuestro paralelismo vino de la mano de Marta y Eugenia. Marta, mi hermosa Marta, la criatura más divina que haya pisado la Tierra. Bella, inteligente, talentosa, dueña de un carácter portentoso y una suavidad sobrecogedora. Enorme fue mi sorpresa cuando en un restaurant me presentó a su hermana gemela Eugenia, igual de encantadora que ella, quien se presentó con usted llevándola del brazo. Increíbles e inmanejables los designios del destino mi amigo, lo cierto es que el evento social que debió tenerme a mí y a mi esposa como protagonistas absolutos, lo tuve que compartir con usted bajo el formato de una boda doble. Noté en sus ojos la misma incomodidad que debió existir en los míos. Y quizás lo peor fue no poder hallar un solo invitado que acudiera a una sola de las bodas, todos eran comunes de nuestras agendas o de nuestras respectivas esposas.

A partir de entonces vivimos en una suerte de espionaje consensuado. Yo sabía de usted a través de mi esposa y usted de mí a través de la suya. Varias veces me ganó de mano al momento de conseguir un reportaje, y fueron otras tantas las que conseguí ganarle yo. Jamás una pizca de ventaja asomaba de ninguno de los dos lados, y llegamos al mismo tiempo a la radio, a los diarios y a la televisión.

El nacimiento de nuestros hijos en la misma fecha producto de sendas cesáreas programadas ya no resultó sorpresa. Creo que ambos sabíamos para esa altura que un cordón invisible ataba la vida de uno con la del otro. Marta y Eugenia lo sabían, y creo aunque nada me lo confirma que a su tiempo fueron mujeres de cada uno de nosotros. Y por supuesto, la trágica muerte de ambas mientras visitaban el World Trade Center no hizo otra cosa que ratificar la odiosa conexión entre nuestros destinos.

A partir de ese momento nuestra competencia se exacerbó, y dejamos de fingir ante el mundo una pacífica convivencia. Nuestras palabras cruzaban de su diario al mío, de su programa a mí programa, y más de una vez me sorprendí modificando mi discurso con el objeto de evitar un acuerdo parcial con usted. Los ofrecimientos políticos no tardaron en llegar, y es así que luego de un importante camino nos encontramos compitiendo por la Jefatura de Gobierno de la ciudad más importante del país.

No lo tome a mal, mi amigo, pero sabemos que sólo uno de nosotros puede ganar esta competencia.

No puedo permitir que gane, pero tampoco puedo permitir que pierda.

Que la tragedia finalmente cierre nuestro círculo diabólico, usted sabe que las cosas en definitiva deben ser así.

Hoy moriremos juntos así como juntos nos hicimos.

Adiós amigo, la Historia nos juzgará.

3 comentarios:

  1. Reflejando la bipolaridad del personaje, en un impecable relato.

    Encantada de seguir leyendote.

    Besos, Septi

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  2. Es bueno volver a encontrarlo. Lindo el lugar. El relato es sorprendente, extraño.
    Espero que disfrute.
    Un abrazo.
    El Checho también le manda saludos, pero a ese no le de bola porque se agranda.

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  3. Muchas gracias a los dos y bienvenidos por acá!!

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