viernes, 4 de junio de 2010

Siempre hay uno más

El tipo estaba hablando muy tranquilo por celular en el tren. Estaba sentado del lado de la ventanilla, la cual estaba abierta de par en par. Mientras hablaba se reía despreocupado. Toda su postura era una invitación a robarle. El celular era aparentemente un modelo bastante nuevo. Por el tamaño parecía uno de esos con pantalla táctil. En el dorso se veía una lente de tamaño considerable, así que debía tener una buena cámara también. En Once podía llegar a sacar unos cien mangos por el con un poco de suerte y bastante chamuyo.

Él se acercó con aire casual a la ventanilla. No tenía que levantar sospechas ni ponerlo sobre aviso, pero disponía de muy poco tiempo para hacer lo que tenía que hacer. El plan era sencillo. Se acercaría a un metro del tipo del celular, esperaría que se cerraran las puertas y entonces en un movimiento rápido se lo arrebataría de la mano y saldría corriendo. No era la primera vez que lo hacía. A veces salía bien, y a veces las víctimas lograban meter la mano a tiempo. Era parte del juego.

Sonó el silbato del guarda. Showtime.

Esta vez algo salió mal. Él alcanzó a manotear el celular, pero el tipo fue más rápido. No, no sacó el celular a tiempo. En lugar de eso, con la otra mano lo sujetó de la muñeca. Y no lo soltó.

Él quiso zafarse, pero el del celular no lo dejaba. El tren arrancó. Esa mano que aferraba la suya era como una pinza de fuerza. “¡Soltame!” le decía. “¿Qué hacés? ¡Soltame!” El tipo no contestaba, solamente lo miraba fijo a los ojos. Con la otra mano el trató de soltarse, incluso le tiró un puñetazo, pero la izquierda es boba. Mientras tanto el tren avanzaba por el andén cada vez a mayor velocidad. En cuanto se dio cuenta estaba corriendo junto a él. El tipo del celular seguía mirándolo fijo. El final del andén se venía encima, y con él la reja que daba el corte a la plataforma de un metro y medio de altura por la que estaba corriendo. Justo antes de llevársela puesta, el del celular lo soltó y le dijo unas palabras. Antes de poder procesarlas la reja lo golpeó con fuerza y lo empujó hacia la formación en marcha. Él cayó en el espacio entre vagones. Impávido, vio cómo las ruedas destrozaban sus piernas.

Aún en estado de shock, mientras los paramédicos lo subían a la ambulancia, resonaban en su cabeza una y otra vez las palabras de su verdugo.

Siempre hay uno más loco que vos.

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